Redondos con público tranquilo

Recital de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota anteanoche, en el estadio Centenario, de Montevideo. Carlos Solari, voz; Skay Beillinson, guitarra; Semilla Bucciarelli, bajo; Walter Sidotti, batería; Sergio Dawi, saxo; Hernán Aramberry, teclados y percusión.
Muy bueno

MONTEVIDEO.- El Indio Solari cantaba aquello de "ya sufriste cosas mejores que éstas, y vas a andar esta ruta, hoy, cuando anochezca"; las 20 mil personas que colmaron el estadio Centenario, de Montevideo, coreaban, como siempre, cada una de las palabras de esta canción hecha clásico ricotero sin fronteras; del miedo y la tensión previa por la llegada del grupo a Uruguay, no había ni noticias; tampoco había empujones, ni desmanes ni fanatismo extremo; y la tribuna olímpica del estadio -la única habilitada para ver el show- lucía espléndida, colorida, risueña. Allí, en la noche montevideana, los Redondos no parecían en absoluto el espectro mítico en el que se convirtieron durante los últimos años en la Argentina. Ni siquiera había señales del fenómeno desbordante, ni de la carga emotiva y social que suele ser protagonista cuando la banda actúa en el país. Allí, en la noche montevideana, los Redondos eran tan sólo un gran grupo de músicos haciendo buenas canciones. Y eso es más que suficiente. Tanto para la banda como para el público.

El regreso de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, en este "paisito" -como lo bautizó el cantante-, tuvo la celebración merecida. Con escasos y aislados incidentes, anteanoche, el grupo más convocante de la Argentina presentó su último álbum, "Momo sampler", en Montevideo. Y los más de 6 mil argentinos que llegaron al Centenario para el primero de los dos conciertos (al cierre de esta edición, estaba a punto de comenzar el segundo), se retiraron en calma, con la extraña sensación de haber vivido un show relajado, y con una pregunta de compleja respuesta rondando en sus cabezas: "¿Por qué en la Argentina no podrá ser así también?"

Ni visitantes, ni locales

Pocos minutos después de las 20, con las luces del estadio aún encendidas, una combi blanca, con vidrios polarizados, recorrió la pista perimetral y se detuvo a escasos metros del escenario. Entonces sí, los reflectores dejaron en penumbras al público y pocos segundos después, Skay disparaba los primeros acordes de "El pibe de los astilleros".

"Sería bueno que hoy no seamos ni visitantes, ni locales, que seamos todos Redondos. Este es un pueblo muy hospitalario, lo conozco bien. Tiremos todos para el mismo lado", adoctrinó Solari y se ganó la ovación de todo el estadio. Porque la solidaridad pudo más que cualquier rivalidad entre países vecinos. Ni uruguayos, ni argentinos: ricoteros.

Después del festejado "Un ángel para tu soledad", comenzaron a desfilar, por primera vez arriba de un escenario, las canciones de "Momo sampler". Y si bien durante las dos horas de concierto los temas más viejos fueron los que se llevaron los climas más fervorosos, las más recientes composiciones de Solari y Beillinson fueron las que sonaron mejor, más ajustadas, más acorde con el sonido actual de la banda, con protagonismo en la guitarra y con algunas bases de última generación.

También ayudadas por un muy buen equipo sonoro -con cajas de parlantes al nivel de cualquier show internacional-, una sabia decisión a la hora de ubicar el escenario al borde de la cancha, frente a la tribuna más grande del Centenario, y un estadio de estructura casi horizontal que no permitía el famoso rebote de sonido. Así, pasaron las nuevas "Morta punto com", "Templo de Momo", "Murga purga" y "Pool, averna y papusa". Los músicos bajaron del escenario, subieron a la combi y se retiraron a los vestuarios. Fin del primer acto.

Treinta minutos más tarde, el lento andar de la combi hasta estacionarse nuevamente cerca del escenario, se convertía en rito introductorio. Y, como en cada regreso de intervalo, los clásicos coparon el escenario. "Vamos las bandas", "Mi perro dinamita" y "Ñam fri fruli fali fru", precedieron al resto del material de "Momo sampler", en el que se destacó una excelente versión de "Sheriff". "Aprovechemos que éste es un país muy libertario", sentenció Solari como prólogo de "Queso ruso" y los muchos marines de los mandarines que cuidan las puertas de cielos ajenos fueron denunciados públicamente.

Diez años sin culpables

Otra vez la combi partió con los músicos para volver quince minutos después. Los festejados "Preso en mi ciudad" y "Tarea fina", alisaron el camino para el primer final. "Pasaron diez años y los asesinos están sueltos", fue la frase que Solari escogió para, luego de mucho tiempo, referirse en público a la muerte de Walter Bulacio, el joven que falleció después de ser arrestado en un recital de la banda, el 21 de abril de 1991. "Sin más palabras, queremos dedicarle este tema a Walter", concluyó y el grupo arremetió con "Juguetes perdidos", ese himno épico que eriza la piel de todo ricotero. El tema de las bengalas en alto y la sentencia esperanzadora que asegura que "cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón".

El cuarto y último acto abrió con "Nuestro amo juega al esclavo" y el representativo "violencia es mentir" se escuchó más allá del parque Batlle que rodea al Centenario. Luego de "Nueva Roma", el cierre con una remozada versión, con pequeños, pero preciosos arreglos rítmicos, de "Ji, ji, ji" -aquel del pogo más grande del mundo- hizo bailar y saltar hasta a los más espectantes (durante el show, los fans argentinos fueron los que comandaron los ritos tribuneros).

"Hasta mañana", dijo el Indio, se abrazó a ese amigo y compañero de ruta apodado Skay y la combi se alejó de la escena por última vez. Afuera, la tranquila noche montevideana esperaba con una llovizna a los más de 20 mil seguidores que se desconcentraron en orden. Otra vez, la pregunta sopló en el viento: "¿Por qué en la Argentina no podrá ser así también?"

 

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